Último día en Galápagos. Hoy vamos a repetir en la playa de la Lobería.
A las 08:30 nos dirigimos a la carretera asfaltada que lleva a la playa. En unos 45 minutos llegamos y no hay nadie aparte de los lobitos.
Como todavía es pronto, decidimos continuar el camino e ir hacia el acantilado.
Por el sendero, podemos ver varias iguanas marinas.
Llegamos al acantilado de las gaviotas de cola bifurcada. También vemos algún piquero de patas azules, pelícanos, piqueros enmascarados y un pájaro tropical.
Volvemos por el mismo camino para pasar el día en la playa.
Hay muchísima corriente y el agua, aunque limpia, lleva muchas partículas en suspensión que empeoran la visibilidad. Aún así vemos varias tortugas y algunos pececillos.
Perreamos un poco y tomamos el sol al igual que los lobitos que están tumbados a nuestro lado. Entre ellos, vemos a uno pequeñito que creemos que puede ser el que nació el otro día.
Por la tarde parece que el agua está algo más calmada y Sandra se vuelve a meter para ver algún animalillo más. El mar está un poco menos turbio y se ven algunas tortuguitas más, un lobito y pececillos.
Estamos solos en la playa, son las 16:30, recogemos todo y nos volvemos. Otros 45 minutos de caminito para llegar al alojamiento.
Preparamos una bolsa con toda la ropa para lavar, ya que mañana partimos de las islas al continente. Nos cuesta 1$ el kilo de ropa, y en unas tres horas la tenemos toda limpia y seca.
Pagamos las cuatro noches que nos quedan por pagar a la propietaria de Casa Mabel (120$).
Volvemos a cenar en plan barato en el kiosco de hace dos días (el local está en frente del hospital). Se ve que tiene mucho éxito entre los lugareños, no paran de llegar motos y choches para pedir papipollos para llevar.
Nos sentamos a cenar dos papipollos y unas salchipapas con unas colas (refrescos) de color amarillo. Las bebidas no no han gustado mucho. Aquí llaman colas a todos los refrescos, ya sea coca-cola, sprite, fanta, etc; así que hay que pedir coca si queremos coca-cola. Nos cuesta todo 9$, como hace dos noches.
Último paseo nocturno por el puerto. Nos despedimos de los lobitos dormilones comiéndonos unos helados.
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